La pregunta que más escuché en el verano del 2011 fue “¿Para qué te vas a matricular en Estudios Ingleses si ya tienes Turismo y un máster?”. No sé qué respuesta di en ese momento, pero desde el primer día en la Facultad de Filosofía y Letras supe que haber estudiado otra carrera había sido simplemente negar lo inevitable: que me quería dedicar a la filología inglesa.
Los primeros meses fueron un poco extraños, sentía que tenía más cosas en común con los profesores que con muchos de mis compañeros de clase. Eso no me impidió compartir horas de estudio, y también de ocio, con aquellos compañeros que pronto se convirtieron en buenos amigos. Sin embargo, en cualquier carrera es fácil hacer amigos. Lo que destacaría de esos cuatro años en Estudios Ingleses son dos cosas que van de la mano: el crecimiento profesional y el profesorado. El primero, contrario a lo que muchos creen, no proviene únicamente de los libros. Estudios Ingleses me enseñó que los idiomas van más allá de los diccionarios, que la literatura es algo más que técnicas narrativas y figuras retóricas y que la lingüística no se limita a Saussure, sino que todos ellos se encuentran presentes en la sociedad, que lo que aprendemos en clase se puede (y también se debe) trasladar fuera del aula.
Este crecimiento profesional también se refleja en las oportunidades de movilidad internacional. Habiendo ya experimentado la Erasmus en mi carrera anterior, decidí ir más allá y cruzar el charco hasta UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles. Estudiar en uno de los mejores departamentos de lingüística a nivel mundial me hizo darme cuenta de que me quería dedicar a la enseñanza universitaria y a la investigación. Sin embargo, esa decisión no la podría haber llevado a cabo sin el apoyo, moral y a través de cartas de recomendación, de los profesores.
Es precisamente este profesorado, que tanta falta hace y al que tan poco se valora, quien me ha enseñado a ser profesional. Esos profesores, con los que estamos horas en tutorías debatiendo si verdaderamente existen los sintagmas exocéntricos, y preguntándoles sobre los obligatory adverbials, las figuras retóricas en “The Flea” y el personaje de Frankenstein. Esos profesores, a los que a veces hemos criticado por no querer cambiar la fecha de un examen o ser demasiado estrictos corrigiendo un ensayo, son quienes, sin darme cuenta, me han estado inculcando los valores necesarios para trabajar en el mundo académico.
Ahora mismo me encuentro en mi segundo año de doctorado en Hispanic Linguistics en Texas Tech University, donde también enseño cursos de español. Compaginar estudiar, enseñar e investigar puede ser algo muy gratificante, pero no se puede negar que es una tarea dura. Sin embargo, la preparación que recibí en el Departamento de Filología Inglesa y Alemana, así como los consejos que me brindaron, y aún me brindan, los profesores de la UGR son motivos más que suficientes para continuar trabajando duro. Por lo tanto, lo único que puedo hacer es agradecerle infinitamente al departamento su apoyo y ayuda, así como que haya sido un ejemplo a seguir.
Los primeros meses fueron un poco extraños, sentía que tenía más cosas en común con los profesores que con muchos de mis compañeros de clase. Eso no me impidió compartir horas de estudio, y también de ocio, con aquellos compañeros que pronto se convirtieron en buenos amigos. Sin embargo, en cualquier carrera es fácil hacer amigos. Lo que destacaría de esos cuatro años en Estudios Ingleses son dos cosas que van de la mano: el crecimiento profesional y el profesorado. El primero, contrario a lo que muchos creen, no proviene únicamente de los libros. Estudios Ingleses me enseñó que los idiomas van más allá de los diccionarios, que la literatura es algo más que técnicas narrativas y figuras retóricas y que la lingüística no se limita a Saussure, sino que todos ellos se encuentran presentes en la sociedad, que lo que aprendemos en clase se puede (y también se debe) trasladar fuera del aula.
Este crecimiento profesional también se refleja en las oportunidades de movilidad internacional. Habiendo ya experimentado la Erasmus en mi carrera anterior, decidí ir más allá y cruzar el charco hasta UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles. Estudiar en uno de los mejores departamentos de lingüística a nivel mundial me hizo darme cuenta de que me quería dedicar a la enseñanza universitaria y a la investigación. Sin embargo, esa decisión no la podría haber llevado a cabo sin el apoyo, moral y a través de cartas de recomendación, de los profesores.
Es precisamente este profesorado, que tanta falta hace y al que tan poco se valora, quien me ha enseñado a ser profesional. Esos profesores, con los que estamos horas en tutorías debatiendo si verdaderamente existen los sintagmas exocéntricos, y preguntándoles sobre los obligatory adverbials, las figuras retóricas en “The Flea” y el personaje de Frankenstein. Esos profesores, a los que a veces hemos criticado por no querer cambiar la fecha de un examen o ser demasiado estrictos corrigiendo un ensayo, son quienes, sin darme cuenta, me han estado inculcando los valores necesarios para trabajar en el mundo académico.
Ahora mismo me encuentro en mi segundo año de doctorado en Hispanic Linguistics en Texas Tech University, donde también enseño cursos de español. Compaginar estudiar, enseñar e investigar puede ser algo muy gratificante, pero no se puede negar que es una tarea dura. Sin embargo, la preparación que recibí en el Departamento de Filología Inglesa y Alemana, así como los consejos que me brindaron, y aún me brindan, los profesores de la UGR son motivos más que suficientes para continuar trabajando duro. Por lo tanto, lo único que puedo hacer es agradecerle infinitamente al departamento su apoyo y ayuda, así como que haya sido un ejemplo a seguir.