Cuando pienso en mi paso por la Universidad de Granada, por la Facultad de Filosofía y Letras, y por el Grado de Estudios Ingleses, tiendo a imaginarme una puerta que crucé sin tener ni idea de qué me esperaba al otro lado. Esa decisión dio paso a muchas más puertas abiertas, cada una con su mundo interior: las lecciones de clase, las lecciones fuera de clase, las personas que se cuelan en el corazón para no irse, las profesoras y profesores cuyas palabras aún recuerdo con admiración y respeto, los libros, la ciudad de Granada, ese año Erasmus en un país que hoy podría llamar mi hogar, los pinitos en política universitaria, las preguntas sobre qué modelo educativo –y por tanto, qué sociedad– estamos construyendo…
Esas puertas, además, no marcan un camino único ni igual para todos. Después de la graduación, decidí que necesitaba complementar la formación académica con una formación humana y práctica, así que he ido buscando lugares donde aprender habilidades tan básicas como desconocidas: cocinar, cuidar animales, trabajar la madera, construir, sembrar, entender a las personas que me rodean… Los últimos pasos me han llevado a Alemania, donde ahora me dedico a aprender el idioma y trabajar en un restaurante. Sigo buscando con la misma inquietud que me llevó a la universidad: la de descubrir cosas nuevas sobre el mundo y sobre mi propia manera de mirarlo y de influir en él, esté donde esté y haga lo que haga. Aspiro a mantener siempre la curiosidad y la ilusión, ya acabe dando clases en una universidad u horneando panes en algún pueblo. Realmente, aún no sé cómo puedo utilizar todas las herramientas que he ido coleccionando, pero sí sé que cada una tiene su rol y su importancia, y que me convierten en lo que soy y lo que puedo llegar a ser: una herramienta, yo misma, para conformar el mundo de mañana.
Entender cómo encaja una carrera en el puzzle de la vida tiene, tal vez, algo que ver con analizar una novela. Primero tienes que aprender el idioma, practicarlo durante años hasta poder captar las connotaciones más sutiles de sus expresiones. Al mismo tiempo, vas empezando a estudiar el contexto histórico y social que influye en los acontecimientos, y te fijas en los personajes que aparecen con su propia psicología y sus propios relatos, sin olvidar nunca a esa narradora poco fiable cuyos ojos lo invaden todo. Vas buscando paralelismos y desviaciones, viendo la belleza y los sinsentidos, desentrañando el género del conjunto. Te preguntas cómo encajarán todas estas tramas, cómo podrás encontrar el hilo conductor que haga a la protagonista crecer lo suficiente para estar a la altura de los retos que se le presentan. Y después de todo eso, ya con el ensayo escrito y la sensación de que dominas la novela como la palma de tu mano, de repente levantas la vista hacia la ciudad de Granada desde el ventanal del Auditorio III, y tomas conciencia de que todo esto no son más que unos trazos sobre el papel: words, words, words… Y vuelves a empezar con otra novela, agradeciendo un pequeño paso más en el camino.
Esas puertas, además, no marcan un camino único ni igual para todos. Después de la graduación, decidí que necesitaba complementar la formación académica con una formación humana y práctica, así que he ido buscando lugares donde aprender habilidades tan básicas como desconocidas: cocinar, cuidar animales, trabajar la madera, construir, sembrar, entender a las personas que me rodean… Los últimos pasos me han llevado a Alemania, donde ahora me dedico a aprender el idioma y trabajar en un restaurante. Sigo buscando con la misma inquietud que me llevó a la universidad: la de descubrir cosas nuevas sobre el mundo y sobre mi propia manera de mirarlo y de influir en él, esté donde esté y haga lo que haga. Aspiro a mantener siempre la curiosidad y la ilusión, ya acabe dando clases en una universidad u horneando panes en algún pueblo. Realmente, aún no sé cómo puedo utilizar todas las herramientas que he ido coleccionando, pero sí sé que cada una tiene su rol y su importancia, y que me convierten en lo que soy y lo que puedo llegar a ser: una herramienta, yo misma, para conformar el mundo de mañana.
Entender cómo encaja una carrera en el puzzle de la vida tiene, tal vez, algo que ver con analizar una novela. Primero tienes que aprender el idioma, practicarlo durante años hasta poder captar las connotaciones más sutiles de sus expresiones. Al mismo tiempo, vas empezando a estudiar el contexto histórico y social que influye en los acontecimientos, y te fijas en los personajes que aparecen con su propia psicología y sus propios relatos, sin olvidar nunca a esa narradora poco fiable cuyos ojos lo invaden todo. Vas buscando paralelismos y desviaciones, viendo la belleza y los sinsentidos, desentrañando el género del conjunto. Te preguntas cómo encajarán todas estas tramas, cómo podrás encontrar el hilo conductor que haga a la protagonista crecer lo suficiente para estar a la altura de los retos que se le presentan. Y después de todo eso, ya con el ensayo escrito y la sensación de que dominas la novela como la palma de tu mano, de repente levantas la vista hacia la ciudad de Granada desde el ventanal del Auditorio III, y tomas conciencia de que todo esto no son más que unos trazos sobre el papel: words, words, words… Y vuelves a empezar con otra novela, agradeciendo un pequeño paso más en el camino.